Archive for the ‘ Tranquilidad ’ Category

Gandhi

La figura de Gandhi suele asociarse con la resistencia pacífica y la no-violencia. En efecto, este líder político indio demostró que el pacifismo era un instrumento viable para alcanzar objetivos políticos ambiciosos y que la independencia de la India era posible sin necesidad de derramamientos de sangre. Gandhi predicó la concordia y la no-violencia en un siglo convulsionado por dos guerras mundiales.

Gandhi fue líder nacionalista, pero, por encima de todo, fue un defensor de la igualdad y la justicia. Luchó con gran ímpetu tanto para lograr la independencia de la India como para acabar con las desigualdades que padecía la sociedad de su país. En una sociedad tan estratificada como la india, se puso del lado de los intocables -casta privada de todo derecho- y predicó la admisión de todos los individuos como miembros de la sociedad. Sus ambiciones trascendían el ámbito estrictamente político: más allá de la liberación de su país y la transformación social, abogó por el perfeccionamiento espiritual del hombre.

Durante su vida, Gandhi conoció éxitos y sufrió fracasos. Vio cómo su estrategia de la no-violencia posibilitaba la independencia de su nación. Sin embargo, pudo constatar que su país estaba radicalmente dividido entre hindúes y musulmanes, y fue testigo de la separación de Pakistán de la India. Sin embargo, el pensamiento y las actitudes de Gandhi sirvieron de ejemplo para los distintos movimientos pacifistas que surgieron en todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial.

Ahora bien, Gandhi también se convirtió en un punto de referencia para los líderes nacionalistas de Asia y África. Demostró que los movimientos independentistas podían enfrentarse con éxito a las potencias coloniales, para liberar a su países del yugo europeo. La independencia de la India dio un impulso importante al proceso de descolonización de Asia y África en la segunda mitad del siglo XX.

Aún en nuestros días la figura de Gandhi continúa despertando fascinación. Su aspecto frágil y sereno, su sobria túnica blanca y sus ideales pacifistas han ayudado a otorgarle una cierta aura mítica. Por este motivo, no es de extrañar que su vida haya sido recreada en diversas series de televisión y películas. Es particularmente célebre el filme Gandhi (1982), de Richard Attenborough, en el que Ben Kingsley interpretaba al célebre activista indio.

“El virus de la altura”

Por: Alfonso Lobo A./ Bogotá.

He denominado “el virus de altura” a la alteración psicológica que sufren muchas personas cuando tienen un golpe de suerte, adquieren una puesto de poder o trepan a un lugar en la fama. Se necesita tener un gran desarrollo interno, un crecimiento espiritual serio, un carácter firme e íntegro para no dejarse infectar de “El virus de altura”.

A todos nos ha sucedido, alguna vez, que un amigo se hace a un puesto de poder en una entidad oficial o privada, un alto cargo político, director de alguna entidad o medio de comunicación y sucede que se vuelve pretencioso, importante, despreciativo y ya no conoce a los de abajo. Este sujeto ha sido infectado por “el virus de altura”.

“El virus de altura” tiene la propiedad de alterar el psiquismo humano. Quien sufre de esta enfermedad mental, generalmente, su comportamiento y sus conductas para con los demás son atípicas. Se llega a creer un Zeus bajado del Olimpo. Mira con desprecio y hasta cambia de “caminao” y de “hablao”, mira por encima del hombro, no reconoce a sus amigos del barrio ni del colegio. Escasamente saluda alguno que otro familiar o conocido. Toda su psicofísica cambia completamente. Es decir, sus expresiones corporales, faciales y su actitud psicológica se han transformado. Ya no se le puede llamar por el apodo familiar y cariñoso, ahora toca decirle doctor, de lo contrario se emberraca.

Este “Virus de altura” es muy típico en personas vacías de valores humanos, espirituales y éticos que de golpe adquieren riqueza por una u otra forma, sea una herencia, una lotería, dinero ilícito, negocios, etc. De la misma manera “el virus de altura” altera el psiquismo de los que adquieren fama, cualquier tipo de fama, sea por el arte, el deporte, la música, la política, la ciencia, etc., La fama, el dinero, y los puestos de poder, generalmente, alteran el funcionamiento del psiquismo; esta alteración psicológica, comportamental, de conductas despreciativas hacia los demás, de la soberbia del dinero y del conocimiento, es lo que se llama: “Un Homo brutus infectado por el virus de altura”.

Todo en la vida es efímero, transitorio, pasajero. Nada es duradero. Todo lo que nace muere, todo lo que crece decrece, todo lo que sube baja, todo lo que se adquiere al final se pierde. Si la misma vida es efímera, todo lo que va con ella es igual de efímero, en palabras del Rey Salomón: “Vanidad de vanidades y sólo vanidad es la vida”. Esta simple reflexión daría para que estas personas infectadas por “el virus de altura” mejoraran su salud mental.

Permítanme una anécdota para ilustrar este tema. Una vez, caminaba con mi padre por la carretera hacia el río algodonal, allá en mi tierra Ocaña, y de pronto, por un momento, se detuvo para preguntarme que escuchaba, además del gorjeo de pájaros y el mullido de vacas. Agudicé mis oídos y le respondí que escuchaba venir una volqueta de las que traen arena del río “Efectivamente es una volqueta, pero viene vacía”, me dijo. Entonces le pregunté cómo sabía que la volqueta venía vacía y él me respondió: “Mira hijo: Las volquetas vacías hacen mucha bulla, y entre más vacías más ruido producen”.

Pasó el tiempo y me vine a vivir a Bogotá. Y cuando en las reuniones sociales, familiares o con amigos o en el trabajo veo a una persona hablando siempre de si misma, imponiendo la conversación sobre los demás para hacerse notar, llamando intencionalmente la atención, siendo inoportuna, alardeando de su éxitos y de sus adquisiciones materiales, presumiendo con lo que tiene, sintiéndose prepotente y asumiendo gran importancia alegando ser amigo de muchas personalidades, es cuando escucho la voz de mi padre allá en el camino polvoriento allende al río, diciéndome: “Cuanto más vacía la volqueta, más ruido hace”… (Tomado del libro La vida es como es).

La descortesía: ese “sapo” que nos tragamos a diario

Por: Jairo Cala Otero/ Bucaramanga/ Colombia.
– “Es lamentable que la gente de hoy no tenga un poco de cortesía. Uno escribe y escribe mensajes, y nunca sabe si sus destinatarios los recibieron; casi nadie responde los correos de Internet”- se quejó mi interlocutora a través del teléfono celular. Pero a pesar de la gran realidad, se le escuchaba resignada. Qué se puede hacer frente a tanta gente descomedida, que no ha querido aprender a ser más humana; a respetar al otro, pareció concluir.
El tema no duró mucho, no valía la pena prolongarlo. No porque no tenga importancia, sino porque ese fenómeno -el de la descortesía de no responder los mensajes- parece no tener remedio entre quienes lo promueven y alientan con su actitud desdeñosa. Viramos, entonces, a otro tema menos “mortificador”.
Pero a mí me quedó la gana de escribir sobre él, porque es útil reflexionarlo; y exhortar comedidamente a los “sordos” y “ciegos”, a ver si algún día logran entrar en sintonía con la cortesía humana y el respeto hacia sus semejantes. No todo está perdido. Muchos logran superar etapas escabrosas de peor nivel. Por qué no habrían de cambiar quienes enmudecen luego de leer unos mensajes que han llegado a sus buzones electrónicos.
Es preciso abordar algunas consideraciones, para no pecar de enjuiciadores y condenadores a ultranza. La primera: no todos contestan los mensajes que reciben por la red global de comunicaciones, porque no han aprendido a usar ese medio de comunicación. La gran mayoría lee los textos, uno a uno, y después de algún tiempo (a veces horas) cierra su página sin considerar la importancia de cada mensaje; al final, como todos los correos quedaron como leídos, ya no saben cuál vale la pena responder de inmediato. Si al día siguiente quieren contestar, no se acuerdan cuál era; ni saben buscarlo en medio de tanto “bombardeo” de texto y diapositivas que les ha llegado. La segunda: muchos tienen temor de escribir al emisor, porque acusan graves falla de redacción; entonces, no quieren pasar por la pena de ser considerados como desacertados en esa materia. Esta conclusión es muy personal, me la han confesado algunos lectores de mis artículos reflexivos y de español correcto. La tercera: hay personas deliberadamente mal intencionadas, no tienen un ápice de deseo de contestar ningún mensaje; son ermitañas en materia de comunicación, tienen un bajo nivel de calidad en sus relaciones humanas y se enconchan por voluntad propia aunque vivan rodeadas de otros seres vivos.
A quienes clasifican para la primera consideración, vale decirles que hoy es inexcusable no saber aun cuando sea lo elemental en materia de informática. Ya lo sentenció el magnate de las computadoras, Bill Gates: “Quien no esté a tono con la informática es el analfabeta del siglo XXI”. Es preciso, entonces, no quedarse a la zaga. De lo contrario, nos arrollará el aluvión de novedades que cada día nos acelera, y nos pone en sintonía con otro ritmo de vida. Pretender atajar ese fenómeno simplemente con la pasividad es más que inútil, ¡es imposible!
Los segundos, los temerosos de que se les censure porque escriben mal, deben eliminar ese complejo. Primero, porque la mala redacción es superable; y para ello hay que conocer el idioma, que tiene dispuestos portales y libros sobre gramática, además de gente dedicada a cultivar su correcta aplicación. Y segundo, porque mientras ese proceso avanza, contestar un mensaje restaría peso a la forma de escritura, y se convertiría en un indicativo de que dentro de esa persona hay un ser humano que ha decidido ingresar al mundo de los buenos modales, de la cortesía, del respeto por quien le ha escrito.
Las personas del tercer grupo parecen ser indómitas. O contumaces sin remedio. Poco se puede hacer para sacarlas de ese mundo de automarginalidad, donde se refugian motu proprio para no interactuar con sus semejantes. Es su derecho. Lo que no se logra entender es para qué, entonces, abrieron una cuenta de correo electrónico. Porque la comunicación es de doble vía: tiene un emisor y un receptor; y este también puede (y debe) ser emisor, que convierte al primero en receptor también. Un locutor me decía algún día: “No me gusta que me manden correos”, al explicarme por qué no suministraba su dirección electrónica a sus amistades. Este caso parece ser más serio. Que lo haga un lego, es entendible; pero que así proceda un “comunicador”, ya raya en lo insólito.

Entre unas y otras consideraciones lo cierto es que, por otra parte, hoy cobran más validez las palabras de Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes (Cantinflas), quien decía que cada día poseemos más aparatos pero somos más pigmeos como seres humanos. ¡Cuánta razón le asistía, y cuánta falta hace él!

El arte de no decir la verdad

De Adam Soboczynski.

¿Un retrato crítico de nuestra sociedad o un peculiar manual de instrucciones para triunfar en ella? “Arroja luz sobre los lugares comunes de tal modo que uno tiene la sensación de contemplarlos por primera vez”. A lo largo de treinta y tres historias ejemplares, el autor demuestra que el arte del fingimiento, que jugaba un papel esencial en la vida cortesana, experimenta un nuevo auge en la era capitalista. En esta vida no hay que ser auténtico, sino fingir para parecerlo. Un tipo casado que liga en una fiesta, un empleado que se busca la ruina por responder a un correo electrónico, un escritor fracasado, una joven historiadora del arte que pasa un fin de semana en una isla remota o una maquetista de una revista de moda con problemas con los hombres son sólo algunos de sus personajes. Hilarante, ameno y agudo, pero a la vez profundo, brillante y provocativo, corresponde al lector decidir si se toma este texto inclasificable como un retrato crítico de nuestra sociedad o como un peculiar manual de instrucciones para triunfar en ella.

Este libro, apreciada lectora, apreciado lector, contiene treinta y tres historias que tratan de cómo desenvolverse con habilidad en un mundo en el que acechan las trampas y reinan las intrigas. El arte del fingimiento, con una tradición milenaria a sus espaldas, experimenta un retorno.

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FUENTE: http://www.librosyletras.com

Cuando Amanezca

Cuando amanezca de nuevo
busca un lugar especial
donde solamente has vivido alegrias
cierra tus ojos…
imaginate un lugar
un paisaje
donde todo es tranquilidad
donde todo…
nacio de nuevo
a tu lado.

Cuando amanezca de nuevo
solamente recuerda
lo mejor de ti
lo que te ayudara a olvidar
la tormenta
que dejaste atras…

cuando amanezca de nuevo
acepta lo que ven tus ojos
un verdadero oasis
de lo que siempre deseaste
y arroja en el mar
lo que te hace daño
y vuelve a amar
porque recuerda
que el verdadero amor
cuando llegue a ti…
sentiras lo que nunca habias
creido sentir
y veras..
lo que siempre has deseado.
cuando amanezca de nuevo
busca la felicidad ausente
donde no exista el pasado…
y te daras cuenta
que el verdadero amor
siempre estara a tu lado
sanando tus heridas
cuando amanezca otra vez
cuando el sol anuncie su presencia
sentiras en tu pensamiento
el angel de la felicidad…
entregandote…
tu derecho a amar
cada mañana…

cuando salga el primer lucero
pide tu mejor deseo
camina despacio
por el camino de la verdad
para que puedas encontrar
un nuevo amanecer
vive cada momento
que Dios te regalo
por darte el…
la vida!